En un artículo[1]
se lee, “durante el siglo XX, la
medicina, la agricultura, la tecnología y otros campos abrazaron una idea simple pero poderosa. Usa lo que funciona. Empezaron a exigir que las medicinas innovadoras,
las semillas y las máquinas fueran probadas
antes de ser usadas en todos los lugares. El resultado fue un progreso
revolucionario. La reforma basada en la
evidencia de cualquier área no sólo protege al público de las innovaciones
ineficaces; también crea una dinámica de mejora progresiva en la que están
trabajando muchos investigadores y creadores para reemplazar las mejores
soluciones de hoy con algo incluso más eficaz”
Hoy, muchas actuaciones educativas están basadas en ideas, opiniones, modas e incluso ocurrencias, no importa de quien, pero que no han sido probadas antes de ponerlas en práctica en un determinado centro educativo, ni contrastadas científicamente.
Muchas veces las AMPAS y familias en general se indignan, ante los
resultados del centro al que asisten sus hijos, al comprobar que año tras años
los porcentajes de rendimiento académico no avanzan, que el absentismo no acaba
de erradicarse, a pesar de que el
profesorado trabaja en la aplicación de programas y proyectos. Esta situación,
que se da en muchos centros de nuestro país, tiene un paralelismo con lo que
ocurría en la medicina en el siglo XIX que aunque ya había bastantes
conocimientos de medicina, la mayoría de médicos y el público no le dedicaban
atención. Seguían haciendo lo mismo de siempre.
Ante esta situación de impotencia, para buscar la
solución adecuada y efectiva a los problemas, que en los últimos
años, se han producido en la educación: gran diversidad de alumnado en las aulas,
problemas de convivencia, porcentajes demasiado altos de fracaso escolar,
absentismo, escasa participación de las familias, etc., no se puede seguir con
la misma organización de los centros y aulas, con las mismas prácticas
escolares y con las mismas organizaciones de las AMPAS de siempre.
Es hora de hacer
un alto en el camino y ver que es realmente lo que funciona y lo que no
funciona. Es preciso empezar a tener en cuenta que prácticas educativas y
experiencias de participación están dando resultados. No podemos seguir mirando
hacia otro lado y seguir ignorando las experiencias de éxito que han demostrado
que funcionan y que además están consiguiendo resultados
demostrables. No más proyectos, ni
innovaciones que no estén avaladas por las investigaciones
científicas y las evidencias de las prácticas educativas.
Por eso, desde la Asociación Educación Pública
Siglo XXI, hemos empezado a elaborar y
analizar todas aquellas prácticas
educativas y participativas de las que existen pruebas de que su aplicación da
resultados. No queremos más trabajos ineficaces en la educación. Esta es la
mejor forma de poder ofrecer a los
centros y a las familias y sus asociaciones una garantía de que lo que pueden
aplicar funciona.
Ginés Martínez Cerón Diciembre
2011
Pertenece a Educación Pública S. XXI
Robert
e. Slavin, johns hopkins
university y Universidad de cork