Porque no es lo
importante llegar solo ni pronto,
sino
llegar con todos y a tiempo (León Felipe)
El tiempo escolar es un elemento
fundamental en los aprendizajes. Sin embargo, no se le ha prestado apenas
atención al considerarlo un aspecto secundario que nada o poco repercute en el
aprendizaje. Quizás, por ello no se ha producido un debate en la comunidad
educativa sobre los efectos que produce en la calidad educativa su rigidez y
fragmentación. La calidad educativa no
es otra cosa que un aprendizaje reflexivo e interactivo, dialógico y
constructivo entre alumnado y docentes. Todo lo contrario a un aprendizaje
efímero, superficial y volátil que se hace para el examen o el control y que
una vez terminada la correspondiente prueba se volatiliza.
Además, junto a esta rigidez y
fragmentación se encuentra otro gran enemigo para lograr el aprendizaje reflexivo,
interactivo, dialógico y constructivo. La aceleración y la prisa que genera una sensación de que faltan
horas, cada día se quieren hacer más cosas, que el alumnado
“sepa” más, que las horas no se pasen, acabar con el libro en el tiempo prefijado. Siempre corriendo, con los nervios de punta, para terminar a
tiempo. Prisa que Gimeno sacristán (2008) llama velocidad pedagógica. Es necesario cambiar este tiempo que nos
presiona, por el tiempo que nos permita saborear, recrearse y disfrutar con la
enseñanza y el aprendizaje. Es necesario
volver a recuperar el sosiego, la calma, la lentitud en la educación. Como dice
Doménech Francesc (2009) hacer elogio a la educación lenta tiene sentido hoy y
aquí en tanto que representa el elogio de un modelo educativo como la pieza
clave en proceso de humanización de la sociedad. El tiempo no puede colonizar
nuestras vidas y las de la escuela, sino que hay que devolverlo a los niños y
niñas y al profesorado para que pueda ser un tiempo vivido plenamente y, por
tato, plenamente educativo. Más, antes y más rápido no son sinónimos de mejor,
y educar para la lentitud significa
ajustar la velocidad al memento y a la persona.
Desde
esta perspectiva, el aula debe de convertirse en un espacio de serenidad y dialogo
compartido e interactivo, desde donde se activa la capacidad de interrogar y se
potencia la curiosidad por descubrir e investigar, para desde el desarrollo
personal construir conocimiento. De esta
forma la actividad del aula cobra vida y sentido y deja de ser aprendizaje rutinario,
libresco y memorístico. En definitiva, el aula se convierte en un escenario donde el
conocimiento se adquiere no a través de una
transferencia de la información del maestro o del libro al alumnado, sino que
es una construcción compartida de todos. Además, en un aula para el aprendizaje
y la comprensión no existen las etiquetas de retrasados, lentos ó rápido, torpes porque el respeto a los ritmos de aprendizaje son parte de la filosofía que
considera al niño y a la niña protagonista del aula y de sus aprendizajes.
15 de
marzo de 2012
Gines Martínez Cerón
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