En este artículo el autor pone de relieve algunos de los aspectos, más signlificativos, de la contrareforma educativa que nos viene: recentralización, educación diferenciada, desconfianza en el profesorado, menor participación de los padres y madres, movilidad forzosa del profesorado y un largo etc., aspectos, entre otros, que no tienen por objetivo la mejora del sistema educativo sino, inyectarle una buena dosis de ideología.
El Gobierno del PP considera el sistema educativo un foco de adoctrinamiento
Gobierno presenta su reforma
educativa en la línea de las propuestas que lanzó antes de verano. Aunque abrió
una consulta en la web, no ha habido el debate que nos urgía, y en las
conclusiones es fácil ver cómo el ministerio lleva el agua a su molino. En los
últimos 30 años España ha tenido tres grandes reformas (LOGSE, LOCE y LOE), y
cinco en 50 años. Mientras, los países referencia por sus resultados académicos
han mantenido sus grandes leyes, y se han limitado a reformas parciales. Si en
España fuésemos capaces de consensuar una ley no necesitaríamos estos golpes de
timón con cada Gobierno.
La educación
se asimila a ideología y las políticas educativas son políticas ideológicas, no
solo en los grandes temas (religión contra ciudadanía...), sino en el currículum
oculto (el determinismo social, el autoritarismo, la selección…). En realidad,
más que reformas educativas son contrarreformas, hay que eliminar la herencia
recibida, no importa que haya sido un intento de innovación, y además se hace
sin probar su invalidez. En el sector eso genera desconcierto, desilusión,
resignación y grandes acopios de paciencia.
Esta reforma
responde a un modelo ideológico: recentralización, aceptar la educación
diferenciada (para poder subvencionar a sus grupos de presión), eliminación de
la educación de la ciudadanía y sustitución por una asignatura más afín a su
ideología, la evaluación como medición, la desconfianza en el profesorado, una
menor participación de los padres y madres, segregación temprana en la ESO,
eliminación progresiva de la comprensividad, movilidad forzosa del profesorado
(con lo que cuesta cohesionar un equipo docente)...
Este modelo
defiende que el fracaso escolar se elimina con mano dura, considera la
evaluación un instrumento de selección y no de mejora, quiere crear ciudadanos
disciplinados que salgan bien en la foto PISA, persigue la empleabilidad y no
se hace garante de una cultura y una educación para todos. Y todo ello se
argumenta pero no se prueba, basta con pregonarlo.
Al Gobierno
de Aznar se le quedó en el tintero y este no ha tardado en presentar su
proyecto, pues considera el sistema educativo un foco de adoctrinamiento. Sin
consenso ni debate, con una consulta mínima, lo peor del anteproyecto es que no
construye la escuela del futuro, sino que recupera la mala escuela del pasado
con alguna nueva idea interesante. A un Gobierno se le pide que anticipe el
futuro. Este no es el caso, por supuesto.
Francisco
Imbernón es catedrático de Pedagogía de la
Universidad de Barcelona.
Publicado en el País 14 septiembre de 2012
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