Cada curso escolar son
muchos los niños y niñas que llegan a la escuela por primera vez. Todos ellos y
ellas con sus mochilas cargadas de sueños, ilusión, motivados e interesados por
descubrir cosas nuevas y sobre todo emocionados, muy emocionados ante el reto
que les supone desvelar el nuevo enigma que supone asistir por primera vez a la escuela.
Sin embargo, nuestra experiencia como madres y
padres y profesorado nos ha enseñando que pasados los primeros cursos
asistiendo a la escuela aquella mochila se ha ido desinflando y aquellos sueños
se van volatizando. La escuela ha
ido sustituyendo la imaginación y creatividad, las ganas de explorar e indagar,
la alegría y espontaneidad de compartir opiniones y pensamiento por una
actividad prosaica, gris, sin atractivo alguno, al convertirla en un
aprendizaje mayoritariamente
memorístico, fragmentado y desconectado de sus vidas y donde la
voz del profesor o profesora se ha convertido en la única, mientras la del niño
y la niña son sometidas al silencio.
Lo
grave de esta situación es el hándicap que va a producir en determinado alumnado. Por una parte, la aparición creciente de alumnos
desmotivados y cada vez más desinteresados por la escuela. Este alumnado que se puede categorizar
de bueno, empieza a ser contemplado por el profesor y profesora por un alumnado que ya no se esfuerza, que no estudia
como antes y cuyo rendimiento ha bajado. Lo que provoca en el profesorado
correspondiente, un cambio de actitud en
la forma de relacionarse y
comunicarse y de exigir. Es lo que
se podría llamar la pérdida de las expectativas positivas hacia ese alumnado y
cuyas consecuencias pueden ser irreparables, debido entre otras cosas a que
toda la tarea escolar será realizada por obligación, imposición e incluso
amenaza.
Por
otra parte, este hándicap
empieza a aparecer en otro grupo de
alumnos y alumnas con los primeros suspensos. Suspensos que se irán incrementando en la medida
que avanza su itinerario educativo. Más adelante, irán apareciendo las repeticiones, las deficiencia lectora…
Realidad que irá conformando aulas con distintas categorías de alumnado. Entre
las que se encontrará la del alumnado de bajo rendimiento y en el que el
profesorado no ha tenido desde el principio altas expectativas, al creer que este alumnado carece de la
suficiente capacidad intelectual,
del esfuerzo necesario, por su
procedencia de entornos desfavorecidos para tener éxito académico. Ante lo que la escuela poco más de lo
que hace puede hacer. Ahí, es
donde realmente surge el problema grave. Porque lo que la escuela, normalmente hace, es conducirlos
progresivamente a una enseñanza con menos
exigencias y expectativas, al considerar que dicho alumnado es incapaz de
llegar a metas más altas. Ante esta realidad la pregunta es: ¿realmente se
desconoce que la investigación
científica internacional ha demostrado que las expectativas del profesorado
inciden en el rendimiento del
alumnado?. Porque, al parecer,
pocas veces se tiene en cuenta esta actitud tan importante del profesorado
para caminar hacia el éxito de
todo el alumnado.
¿Cómo crea el profesorado las expectativas sobre su alumnado?
En
el inicio de curso cuando un profesor o profesora llega al aula lo normal es
que se encuentre con una heterogeneidad de alumnado. Heterogeneidad que será
más o menos diversa, dependiendo del contexto social en el que se ubique el
centro educativo. Evidentemente la composición del grupo-clase: porcentaje de
alumnado inmigrante, de procedencia socioeconómica, de marginalidad, de NEE, … le suministrará al profesor o profesora una
información que le servirá para construirse una imagen tanto del conjunto de su clase como, de cada uno
de sus alumnas y alumnos. Imagen que contribuirá a crearle unas expectativas
positivas o negativas tanto respecto al conjunto de su clase como a su
composición individual.
Expectativas que se irán
reforzando a lo largo de las primeras semanas, en función de la información que
le suministre, el comportamiento, las actitudes, el interés, las habilidades,
las formas de vestir, el lenguaje utilizado …, que observa en el alumnado.
Información,
que le servirá para crearse una imagen y en consecuencia etiquetar al alumnado
del grupo clase. Quién no ha odio alguna vez a un profesor ó profesora quejarse
de la composición de su clase o catalogarla de difícil desempeño, por el simple
hecho de su composición heterogénea.
Es decir, que el grupo-clase
está formado por un porcentaje de chicos y chicas normales pero,
desmotivados y con poco interés por las tareas escolares, además, de algunos y
algunas de diversas nacionalidades, con
desventaja educativa, repetidores etc. Es evidente, que en este caso, el
contexto familiar de procedencia, como el hecho de tener repetidores y la información obtenida de tutores anteriores sobre la
falta de interés y desmotivación ha influido en su desánimo. Es evidente que
ese desánimo le va a llevar al
convencimiento de que por mucho que trabaje, con el grupo de alumnos y alumnas,
poco puede conseguir. Esta creencia del profesorado entraña
un grave perjuicio tanto para él, como para su alumnado. Para él, por el
desánimo que supone enfrentarse a una enseñanza que a priori considera que no
va a tener buenos resultados. Para el alumnado, al crear unas expectativas
negativas sobre las posibilidades de aprendizaje del alumnado.
¿Pero influyen realmente las expectativas que nos hacemos sobre otras
personas?. Efectivamente, como
dice R. Rosenthal y L. Jacobson,
en el prologo de su libro. “Nuestra predicción o profecía puede ser por sí
misma un factor que determine la conducta de otra persona. Cuando esperamos
encontrar a una persona agradable, nuestra manera de tratarle, desde un
principio, puede de hecho volverle más agradable todavía. De la misma manera,
si esperamos encontrar a una persona desagradable, nos acercamos a ella a la
defensiva, por eso se convierte efectivamente en una persona desagradable”.
¿
Qué consecuencias pueden tener las expectativas que se ha creado el
profesor para en el rendimiento educativo del alumnado?.
En "Pygmalion en la escuela"[i],
Rosenthal, y Jacobson explican cómo llegaron a la conclusión, de que las
expectativas de los profesores sobre los comportamientos de los alumnos se
hacían realidad. Para ello
hicieron un experimento trampa en
1968, en una escuela de California, bajo el título Pigmalión en el aula. Este
experimento quizás, pueda servir para entender el efecto casi mágico de las
expectativas del profesorado sobre sus alumnos y alumnas. El experimento consistió en informar a
un grupo de profesores de enseñanza elemental que se habían realizado unas
pruebas al alumnado para evaluar su capacidad intelectual y que como resultado
de dicha prueba se había comprobado que un número de estudiantes tenían una
gran capacidad intelectual y, en consecuencia, que alcanzarían altos
rendimientos. Al facilitarles el listado de dicho alumnado, se les advirtió a los profesores que no dijeran nada a su
alumnado. Un año después, se
realizó un nuevo test y se encontró que aquel alumnado que los profesores
esperaban que aumentasen intelectualmente mejoraron mucho más que los niños y
los niños restantes.
¿Por qué fue un experimento-trampa? Sencillamente porque Rosenthal y
Jacobson dieron una información falsa al
profesorado sobre la capacidad intelectual del alumnado. No habían realizado ninguna
prueba al alumnado sino, que los eligieron al azar, metiendo los nombres en un
sombrero. Ocho meses después se
confirmó que el rendimiento de estos alumnos fue mucho mayor que el del resto. Lo que lleva a
preguntarse:¿Qué ocurrió entonces? ¿Cómo era posible que alumnos corrientes
fueran los mejores de sus respectivos grupos al final del curso? Muy simple, a
partir de las observaciones en todo el proceso de Rosenthal y Jacobson se
constató que los maestros se crearon tan alta expectativa sobre esos alumnos
que actuaron a favor de su cumplimiento. De alguna manera, los maestros
convirtieron sus percepciones sobre cada alumno en una didáctica
individualizada que les llevó a confirmar lo que les habían avisado que
sucedería”.
Lo que demuestra que las predicciones y profecía que se hace el
profesorado sobre su alumnado, debido a la confianza que se deposita en ellos y
ellas, se cumplen. “La gran cantidad de estudios centrados en
el tema de las expectativas
demuestran el hecho de que
las expectativas del profesor tienen un impacto significativo sobre los logros
intelectuales y académicos de los alumnos. De forma precisa, tales
investigaciones han puesto de relieve que el logro del alumno dependía, en
cierta medida, de la percepción que el profesor mantenía sobre ciertas
características de aquél.”[ii] Es decir los niños y las niñas se motivan más, se
interesan más por aprender, se vuelven más trabajadores, cuando sus profesores
y profesoras así lo esperan.
¿Por qué ocurre esto?
Es una realidad, que los niños y niñas que mejores resultados logran
tienen una relación muy directa
con profesores y profesoras que mantienen sobre ellos la expectativas de
su éxito. La experiencia dice que cuando el profesor y profesora piensa que
determinados niños son buenos, que pueden hacer la tarea con éxito, que tienen
capacidad para hacerlo muy bien,
su trato suele ser diferente a cuando piensan lo contrario es decir, que no
pueden, que son incapaces, que son malos estudiantes… En el primer caso se ha
comprobado que los profesores y profesoras los elogian más, les facilitan más
recursos, les preguntan más,… lo que desemboca en unos mejores resultados. En
el segundo caso, al considerarlos menos capaces y con limitaciones intelectuales, el trato suele ser diferente, lo que se
nota en la forma de dirigirse, en los gestos y miradas, influyendo así, en la
actitud y rendimiento negativo del alumnado.
De la experimento de Rosenthal, y Jacobson se llegó a la conclusión de que existen cuatro factores que operan en la mediación de estas
pretensiones de autorrealización, especialmente en la clase aunque no solamente
en ella. Estos elementos que se emplean con los niños que se tienen mejores
expectativas[iii]
:
1.
El
primer elemento es el factor clima,
los profesores tienden a crear un clima más cálido alrededor de los niños de los que se espera más, son más
agradables con ellos.
2.
Un segundo
elemento, muy importante es el
llamado factor input. Los profesores
enseñan más materia a los niños que tienen más expectativas.
3.
El tercer elemento es la oportunidad de respuesta es
decir, los niños tienen más de una oportunidad para responder si el profesor
espera algo de ellos, les preguntan más veces y les dejan contestar más
ampliamente. Incluso les ayudan a dar forma a sus respuestas trabajándolas
conjuntamente.
4.
El cuarto elemento es el efecto feed-bach. Este factor actúa
en el sentido de lo que cabe esperar, cuanto más se espera de un niño más se le
alaba y se le refuerza positivamente para alcanzar un buen resultado..
Es una certeza que a aquellos
alumnos y alumnas que piensa el profesor y la profesora que son más capaces,
les proporcionan, consciente o inconscientemente, más estímulos y situaciones
favorables para el aprendizaje. Ante esa actitud, la respuesta del alumnado es
totalmente positiva, al responder a las expectativas puestas en ellos.
¿Es
posible generar expectativas positivas en el alumnado desaventajado?
La investigación científica avalada internacionalmente
confirma que los mejores programas
y proyectos de mayor éxito a nivel mundial tienen como denominador
común, entre otros, la creación de altas
expectativas para el alumnado en desventaja es decir, para todo el alumnado
independientemente de su procedencia, nivel educativo, etnia, entorno social y
familiar etc. Entre estos programas se encuentran: School
Development Program. ( Programa de
desarrollo escolar). Accelerated Schools. (Escuelas aceleradas). Success
for All. (Éxito para todos ) y Proyecto comunidades de aprendizaje. Y muchas escuelas diseminadas por nuestra
geografía, que han entendido el papel que tienen las expectativas en el camino
del éxito educativo para todo el alumnado. Expectativas que tienen como
base el “creer en la capacidad y
potencialidad del alumnado independientemente del ambiente desfavorecido en el que viva”. Lo
que se traduce en el día a día del aula en el planteamiento de objetivos de máximos
para todos, a fin de desarrollar las capacidades al máximo.
Si las altas expectativas del profesorado son capaces de motivar, despertar el interés por aprender e
ilusionar a los niños y niñas para ir a la escuela, como demuestran las
evidencias de tantas prácticas educativas. La cuestión a plantear es ¿por qué
tantos centros educativos siguen ignorándolas?. ¿Acaso desarrollar altas
expectativas sobre las posibilidades de todos y cada uno de los alumnos y
alumnas esta fuera del alcance del profesorado?. Además, es un recurso que lo
único que requiere, para su puesta en práctica, es su convencimiento y la
voluntad del profesor y profesora.
En consecuencia, es necesario que el profesorado, las familias, las AMPAS, es decir,
toda la comunidad educativa apueste por potenciar las altas expectativas con
todo el alumnado, a fin de mejorar
el rendimiento académico y la
eficacia en los resultados. Con lo que se conseguirá además, que ningún niño y niña ponga excusas para ir al
colegio, o que solamente vaya alegre cuando en la escuela se hacen otros
eventos: semana cultural, carnaval,… o simplemente por estar y jugar con las
amigas y amigos. Desde esta perspectiva, sin lugar a dudas, se recuperaría
aquella mochila cargada de sueños, ilusiones, motivaciones e
intereses que tenía Lucia, Antonia, Pascual, … cuando pisaron la escuela por
primera vez.
8 de febrero de 2014
Ginés Martínez Cerón
Coordinador de A. E.
Pública Siglo XXI
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