¿Qué pasaría si un día, al abrir la
puerta del aula se abriera también la puerta a la curiosidad y la
emoción?. Te imaginas que al abrir
la puerta del aula se oyera un ¡ohhhhh! de todo el alumnado, al percibir que
allí encuentran algo que de verdad les interesa y que merece la pena. Te
imaginas a tus alumnos y alumnas emocionados, tirando por la ventana la
desgana, a la apatía y el aburrimiento que tantas veces has visto reflejado en
sus caras. Te los imaginas deleitándose y disfrutando con el aprendizaje,
compartiendo tareas, participando y argumentando en una tertulia dialógica,
investigando a través de un proyecto. Cuestionándose lo que escuchan y ven. Te
imaginas en el aula descubriendo la resolución de un enigma e imaginando y
creando situaciones nuevas. Te imaginas cuando su mirada te da a entender un
nuevo saber que finalmente comprenden y es que emoción y el deleite por
aprender son inseparables.
¿Qué
pasaría si un día las familias se encontraran la puerta de la escuela un cartel
que dijera: “ HEMOS DESPRIVATIZADO LA ESCUELA” : La escuela de todos y para
todos está abierta de par en par sin limitaciones, ni restricciones? Te
imaginas la emoción de familias y familias corriendo la voz en la tienda, en el mercado, en la
calle,…diciendo la escuela es también nuestra, es del pueblo, es pública. Te
imaginas a un grupo de familias diciendo al profesorado del centro ¿qué podemos
hacer? ¿Cómo podemos ayudar para que todos los niños y niñas tengan éxito?
¿Cómo podemos hacer para que otras familias alejadas del centro vengan, vean y
disfruten viendo como aprenden los niños.
¿Qué
pasaría si un día muchas de esas personas entraran en el aula y coordinadas por
la maestra ó el maestro se pusieran a colaborar en el aprendizaje del alumnado? Te imaginas la biblioteca
del centro que dejara de ser un almacén de libros y se convirtiera en un
espacio lleno de vida donde adultos y alumnos y alumnas leen, refuerzan el
aprendizaje, hacen los deberes bajo la guía de un adulto. La riqueza de las
interacciones sería tan fabulosa que el aprendizaje se convertiría en un gozo.
¿Qué
pasaría si un día en tu escuela de la que eres profesor o profesora, director o
directora, madre o padre de un chico o una chica ocurriera una transformación
de estas características?
Utopía,
no, realidad, porque hay muchas escuelas que funcionan así y que lograr
desterrar el absentismo, el abandono
y fracaso escolar y consiguen el éxito de todos.
¿Te
apuntas?. Si tienes un poco de paciencia lee este escrito, quizás sea un poco
largo. Pero no hay prisa, léelo en varios momentos y si encuentras algo
interesante coméntalo con tus compañeros y compañeras o simplemente piensa en
aquellas cosas que te gustaría cambiar en tu aula y centro.
Todos
y todas sabemos el salto cualitativo que ha supuesto el paso de la sociedad
industrial a la sociedad de la información y los avances, que desde la
investigación educativa, se han puesto a disposición de la comunidad. Sin
embargo, es una realidad que una mayoría
de familias y profesorado, siguen pensando y creyendo, que el fracaso escolar
es algo inherente a un determinado alumnado al que no le interesa la
escuela. Alumnado, al que se culpabiliza junto con sus familias, de su propio fracaso.
Porque, existe la creencia, en la cultura escolar, de que poco o nada puede
hacer la escuela para revertir dicha situación. Lo que ha llevado a una
especie de resignación, al pensar que
existe un porcentaje de alumnado que bien, por falta de capacidad intelectual,
falta de esfuerzo, dejación de funciones de la familia y/o procedencia de
entornos desfavorecidos están condenados al fracaso.
Pero,
¿Por qué se sigue pensando y actuando de esta manera? Cuando las evidencias científicas han
demostrado, desde hace tiempo, que el modelo educativo, heredado de la sociedad
industrial, ya no sirve para educar al alumnado del siglo XXI. Porque, la
educación estaba enfocada al aprendizaje necesario para trabajar en las cadenas
de montaje de fábricas y empresas. Este modelo que era válido en un sistema industrial jerárquico basado en trabajos poco
cualificados y con pocos cambios en la vida laboral de los individuos. Pero, no se debe de olvidar que la
sociedad industrial acabó,
aproximadamente, en la década de 1960 dando paso a la sociedad de la
información. Sin embargo, aquel modelo educativo,
con algunos retoques, sigue estando presente en la mayoría de las escuelas. Modelo
escolar, como afirma, PÉREZ GÓMEZ (2012) en el que primaba la uniformidad y la
homogeneidad didáctica, una talla única
para todos, un currículum disciplinar y enciclopédico que ha ido
engordando sin limites, de kilómetros y milímetros de profundidad. Un
aprendizaje memorístico de datos, hechos e informaciones que hay que reproducir
fielmente en los exámenes y un modo de enseñar basado en la transmisión oral, verbal, de informaciones y
una forma de evaluar centrada en la mera reproducción de datos.
Este
modelo educativo ya no sirve porque caracteriza por la individualidad, al
considerar al alumnado como único responsable de su aprendizaje. Así pues, al considerar el aprendizaje desde una
perspectiva individual, las interacciones, elemento nuclear del aprendizaje, se
ignoran. De ahí, la frecuencia en las aulas de: ¡por favor silencio!. ¡Callad!
O incluso carteles con” prohibido hablar en clase”. Y es que, las
interacciones en el aula tradicional no se consideran un aspecto esencial
del aprendizaje.
Este modelo educativo ya no sirve
porque provoca aburrimiento. ¿ Quién no se va a aburrir encerrado horas y horas entre cuatro
paredes, escuchando, a un profesor tras otro, explicaciones que apenas tienen
sentido, por ser fragmentarias y desconectadas de la realidad e intereses del
alumnado. Quién no se va a aburrir si cada 50
minutos hay que cortar lo que se está haciendo para pasar a escuchar otro
fragmento de otro profesor, sin conexión alguna con lo que han escuchado en la
clase anterior y, así un día y
otro día… ¿Qué pasión puede despertar una enseñanza que no emociona, que no
despierta interés, que no motiva para descubrir, crear ,investigar… y, que
sigue recluida en el aula como si el aprendizaje no tuviese conexión con el
contexto donde vive el niño y la niña, con las redes sociales, en definitiva
con la sociedad. Como demuestran las principales
investigaciones educativas de la comunidad científica, el aprendizaje de los niños y niñas no depende solo de lo que ocurre en
el aula, sino también de lo que ocurre en la calle, en la casa, en la
televisión, y en cualquier ámbito en el que se desenvuelva el niño y la niña.
Este modelo educativo ya no sirve porque ha disociando
la emoción del intelecto. Esto ha llevado a potenciar de
forma exponencial el desarrollo cognitivo, dejando en segundo plano, de los procesos de enseñanza- aprendizaje, los aspectos emocionales ¿Acaso cabeza
y cuerpo no son una misma cosa? Las emociones como afirma MORA[1]
(2014) encienden y mantienen la curiosidad y la atención y con ello el interés
por el descubrimiento de todo lo que es nuevo. Porque nadie puede aprender nada,
y menos de una manera abstracta, a menos que aquello que se vaya a aprender le
motive, le diga algo que encienda su curiosidad o el deseo de aprender cosas
nuevas.
Este modelo educativo ya no
sirve porque produce fracaso escolar. No se
puede olvidar que fruto de este modelo educativo se viene arrastrando año tras
año, un fracaso escolar sin
apenas variaciones. Y un porcentaje de repeticiones
escandaloso. Repeticiones de curso que según la
OCDE condicionan la alta tasa de fracaso y
abandono posterior y cuyo elevado número de
repetidores afecta
negativamente a los resultados.. ¿Pero qué hace la escuela con este segmento
de alumnos y alumnas para paliar
su atraso y desventaja con el alumnado aventajado?. Dirigirlos, hacia
grupos de menos nivel, con la intención de compensar sus déficit, aplicando
medidas compensatorias, programas de refuerzo y adaptaciones
curriculares. Ahora bien, lo importante es saber si estas medidas
compensatorias logran superar el retraso y las deficiencias, por las que
se le asignó al alumno y alumna a dichos grupos, terminando por integrarlo en
su grupo de origen o, si por el contrario, quedan condenados a seguir la
escolaridad con esa desventaja académica, hasta el final de su itinerario
formativo, acumulando papeletas para su fracaso académico.
El hecho de que las adaptaciones
curriculares, las aulas de compensatoria y las clases de refuerzo no hayan
logrado nivelar a ese alumnado con el resto de sus compañeros y compañeras, y
evitar el fracaso, vendría a ser una confirmación de que las actuaciones educativas que se están desarrollando en una mayoría de
aulas, no son las adecuadas para erradicar el fracaso escolar.
No hace falta ser un experto en educación, para llegar a la conclusión que
dichas medidas compensatorias no surten el efecto deseado como demuestran, los porcentajes
de fracaso escolar que desde hace años viene arrastrando el sistema educativo. Si
la compensación no remedia el problema y lo que se consigue, a veces, es el efecto contrario es decir,
profundizar la brecha de la desigualdad con que dicho alumnado llegó a la
escuela, la solución
obvia, como afirma LEVIN[2],
sería hacer lo opuesto. Si los niños llegan a la escuela carentes de
habilidades que ésta espera de ellos, el hecho de retardar su ritmo de desarrollo
a través de la “remediación” los hará quedar aún más rezagados.
Conviene
recordar, que lo el origen de las desigualdades de partida radica en el origen social del alumnado. Es
decir, su procedencia de familias no académicas, marginales y desectructuradas.
Porque hoy día no hay duda alguna, tal y como afirma GARCÍA SATURNINO (
2007)“el fracaso escolar está en buena medida relacionado con un solo factor
que normalmente se olvida: la clase social de las familias”. Por otra parte,
como recoge PÉREZ GÓMEZ (2013) en Educarse en la era digital, son “numerosas
las investigaciones e informes (Coleman, 1966; Rist, 1977; Bersteim ,1990; Pérez Gómez y Gimeno
Sacristán, 1993, Goodson, 1988; Borman y Dowling, 2010) que han puesto de manifiesto que el factor que explica y
predice en la actualidad de manera más significativa las diferencias en el
rendimiento académico del alumnado está configurado por las desigualdades
socioculturales del contexto familiar”. El informe PISA (2006), arroja luz en la misma dirección: el 50% del rendimiento educativo se explica
por la posición social de su familia, un
18% por la composición
socioeconómica de las familias de los estudiantes del centro educativo, y un
6% por características didácticas y organizativas de los propios centros
escolares y el 26% restante queda
sin explicación. Según estos datos se puede afirmar que un 68 % del fracaso
escolar está relacionado con el nivel socioeconómico de las familias. Y un
insignificante 6% están relacionadas con las actuaciones educativas que se
hacen desde el centro. Lo que viene a confirmar y demostrar, sin lugar a dudas,
el poco peso que tiene las medidas de tipo compensatorio que se vienen realizando
en los centros educativos, cuando al
final de la obligatoria el peso de
la desigualdad en los resultados siguen siendo tan desiguales y escandalosos.
¿Se puede culpar directamente
al alumnado del fracaso después de haber pasado durante seis años por primaria
y cuatro de secundaria? Es
evidente, que si la escuela no puede o no sabe, modificar en un periodo tan
largo las desigualdades que impiden un proceso de aprendizaje, en las mismas condiciones que el alumnado
aventajado, además, de cometer una gran injusticia, se defrauda a la ciudadanía
que confía en la escuela pública de las oportunidades. ¿Qué razones pueden explicar este fracaso de las medidas compensatorias?.
El haberse centrado
en el déficit del alumnado, separándolo,
la mayoría de la veces, de sus
compañeros y compañeras en agrupaciones segregadas del aula ordinaria. Lo
que según las investigaciones científicas conduce a peores resultados. (Valls,
2012). Se sabe, como dice DUBET[3]
(2005) que las clases homogéneas
en nivel acentúan la diferencias entre los alumnos. El agrupamiento de los
alumnos débiles en la misma clase limita sus avances, si no los impide
directamente. Por tanto, la solución al problema, al parecer,
estaría en superar la segregación que se realiza al hacer agrupaciones de menos nivel, adaptaciones
curriculares y repeticiones. Nadie ignora que estas agrupaciones rebajan y ralentizan el nivel de aprendizaje al modificar las exigencias académicas y adaptar la enseñanza a lo que se
considera, son sus posibilidades, reduciendo así las expectativas del alumnado, profesorado y
familias.
Pero, como está demostrado, si la mayoría del fracaso escolar se debe a la
clase social, como se ha visto más arriba, habrá que esperar a que la mayoría
de las familias asciendan en el escalón social para que sus hijos e hijas
superen las desigualdades de origen. Lo cual forma parte del absurdo. Por
tanto, uno de los caminos, no el único, es incidir en el contexto social donde
viven y se relacionan los alumnos y alumnas. Pues tal y como afirma PERRENOUD[4]
(1990) el contexto social es un elemento decisivo para la construcción de
varios factores prioritarios en el funcionamiento académico, tal y como
evidencian las investigaciones científicas y demuestran experiencias de
centros. El ejemplo
del colegio Virgen de Montserrat de Terrassa nos puede ilustrar sobre la
importancia decisiva de actuar sobre el contexto familiar. En cinco años
incrementa el porcentaje de alumnado
que superan las competencias básicas en comprensión lectora pasando del 17% al
85%. Además, en este periodo de tiempo se produce un incremento del alumnado
inmigrante pasando del 12% al 46%. Es evidente que las familias en este periodo
de tiempo no subieron de nivel social. La clave está en la incidencia de la
escuela en el contexto familiar. En la medida que se modifica el contexto familiar
donde vive el niño y la niña los resultados en el aprendizaje dan sus frutos. Sin lugar a
dudas, es preciso desde la escuela, incidir en el contexto en el que vive el
alumnado, en la medida que envuelve su vida y ejerce una poderosa influencia
sobre ellos.
Sin lugar a dudas, la incidencia del centro en el contexto familiar, no
es una práctica habitual. Más bien, el centro planifica
y funciona como si las familias no formaran parte de él, e incluso permanece aislado, lejano y desconocido para
muchas familias, especialmente las no académicas. Y ello por tres razones. La primera, porque la participación de las familias no ha sido una práctica habitual, en el modelo educativo
heredado de la sociedad industrial es decir, no existe tradición en el sistema educativo
de participación conjunta de familias y profesorado. ¿por qué? Sencillamente,
la participación de madres y padres, no hizo falta en el modelo educativo de la
sociedad industrial y, como se sabe, lo que no hace falta se ignora. Situación
que sigue vigente actualmente debido, entre otras cosas, a que el modelo
educativo de la sociedad industrial sigue vigente con unos pequeños retoques.
Segunda razón, el desconocimiento de la importancia de
la participación de las familias como, parte de la comunidad educativa, no ha
figurado en los planes de formación del
profesorado. Lo que ha llevado al profesorado a ignorar la importancia
del papel participativo de las familias en la escuela. La tercera razón, el desconocimiento de
la relación directa que existe entre la participación y el éxito escolar. Más
de 30 años de investigación demuestran claramente que la participación de las
familias en la escuela mejora el rendimiento académico, la autoestima, el
comportamiento y la asistencia a las clases por parte del alumnado.
Pero hoy, en plena sociedad de la información tenemos las evidencia
científicas suficientes, para saber que la participación de las familias en el
centro educativo es un requisito imprescindible para, la erradicación del
fracaso escolar y el logro del éxito educativo de todo el alumnado. Los investigadores e investigadoras de
INCLUD-ED han definido cinco tipos de participación de la comunidad educativa
en el centro educativo: participación
informativa, consultiva, decisoria, evaluativa y educativa. Evidentemente,
no es el momento de entrar a desgranar cada uno de estos tipos de participación
y su incidencia en la calidad
educativa de los centros educativos. Solamente se trata de dibujar las
distintas etapas que tiene que recorrer la participación de la comunidad
educativa para lograr que los centros educativos se sitúen en el modelo
educativo, propio de la sociedad de la información y el conocimiento,
abandonando el modelo educativo heredado de la sociedad industrial.
Pero, si es importante saber , como dice DUBET(
2005) en “ la escuela de las oportunidades” que la movilización de los padres
es un factor de éxito y que para ser eficaz deben de apoyarse en un buen
conocimiento de las expectativas y la exigencias escolares. La movilización de
los padres exige que conozcan los
objetivos de cada enseñanza y que
todas las expectativas escolares dejen de estar implícitas cuando los padres no
tienen esa complicidad con la escuela que suele ser esencial para el éxito. No
se puede esperar de los padres que ayuden a sus hijos, sin decirles en qué
consiste esa ayuda. Porque no todos los padres saben exactamente lo que quieren
decir frases como “ayúdelo a hacer los deberes” o “controle sus tareas”. Estos
consejos solo tienen verdadero sentido para los padres que ya han sido bien
escolarizados. Porque la desigualdad de
oportunidades no se debe solamente a las desigualdades que tiene el alumnado al ingresar en la
escuela y a las diferencias de calidad en la oferta escolar; se deben también a las competencias de los
padres que saben utilizar la información. Porque sin información no es
posible la participación. Y es precisamente esa escasa información la que aleja
a las familias, en especial a las no académicas del centro educativo. De ahí la
injusticia que supone como
explica CERÓN (2004) de
culpar a cientos de padres y
madres por su escasa participación en el entorno escolar si no se tiene en
cuenta que es, precisamente, la falta de información la que impide su participación
en igualdad de condiciones.
Por tanto, si el factor que explica y predice las diferencias en
el rendimiento académico proviene de las desigualdades socioculturales del
contexto familiar. la escuela tiene que
plantearse cómo y de que manera tiene que empezar a incidir en el contexto
familiar para contribuir a la modificación de la
participación y con ello a la erradicación del fracaso escolar y el éxito de
todo el alumnado.
Ese momento, está ahí. Solo espera el cambio del
“modelo educativo” de la sociedad industrial por el “modelo educativo” de la
sociedad de la información, o dicho de otro modo, que tu aula y tu centro y/o
la escuela de tus hijos e hijas se inserten en el siglo XXI. Porque
el modelo educativo heredado de la sociedad industrial, ya no sirve
para preparar a los futuros ciudadanos y ciudadanas.
10 de noviembre de 2014
Ginés Martínez
Coordinador de A. E. P. Siglo XXI
[1] Francisco Mora es
doctor en Medicina por la Universidad de Granada y doctor en Neurociencia por
la Universidad de Oxford (Inglaterra). Es catedrático de Fisiología Humana de
la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y catedrático
Adscrito del Departamento de Fisiología Molecular y Biofísica de la Universidad
de Iowa en EE.UU. Es miembro del Wolfson College de la Universidad de Oxford.
[2] Levin
M. Hery. Las Escuelas Aceleradas: Una Década de Evolución.
[3] François Dubet es sociólogo francés, profesor de
la Universidad de Burdeos II y director de estudios de la École des Hautes
Études en Sciences Sociales.
[4] Philippe Perrenoud, sociólogo,
es profesor honorario en la Universidad de Ginebra. Sus trabajos sobre la
creación de desigualdades y de fracaso escolar lo han llevado a interesarse por
la diferenciación de la enseñanza y, de forma más global, por el currículo, y el trabajo escolar y las prácticas
pedagógicas, la innovación y la formación de los enseñantes.
Mientras no se facilite el acceso y acercamiento de los padres al centro, profesores y aulas todo seguirá igual. Los colegios tienen unas infraestructuras sin usar por las tardes que podian usarse por voluntarios (padres, estudiantes), pero no hay interés alguno por llevar a cabo esta acción en la mayoria de los centros.
ResponderEliminarLos niños que necesitan apoyo son aquellos cuyos padres no pueden pagar actividades extraescolares, que no deben ser solo deporte, sino apoyo a las diversas asignaturas.
El sistema se queda obsoleto, hay que cambiar y eso depende de todos, pero la mayor parte optamos por seguir como estamos, es la postura más cómoda. Cualquier cambio o iniciativa solo supone ver problemas para llevarlos a cabo.
La solución está en nosotros (director, ampa, profesores, padres y alumnos). Nadie va a venir a solucionarlos el problema actual.
Se habla de participación de familias pero muchos centros impiden o miran hacia otro lado en la colaboracion de ellas para apoyar a los niños.
Agradezco el artículo el cual el de sumo interés.