Hace algunos días mis alumnas universitarias me pidieron que explicara brevemente cómo diferenciar un centro público de otro privado. Mi primer impulso fue, desde luego recurrir a la teoría política, porque, pensaba, algo esencial que deberían tener en cuenta era que en última instancia, lo público o lo privado no depende de la pertenencia del centro, sino de los valores sociales y políticos con los que el centro estuviera comprometido.
No obstante creí que sería más oportuno utilizar un esquema simple e iluminador; de tal manera que utilizándolo como punto de partida pudiéramos añadir las complejidades que creyéramos oportunas durante su discusión. Para elaborar dicho esquema sólo tuve que pensar en el cole de mi hijo. Mi hijo asiste a una escuela pública de primaria, situada en un barrio de San Fernando –Cádiz- que abarca desde familias muy humildes a familias de clase media y clase media alta, como es mi caso. Pues bien, pensando en el cole de mi hijo, les dije que, a mi modo de ver, había tres criterios básicos por los que detectar, tal como están los tiempos, si un centro era público o no. Estos criterios transformados en preguntas son los siguientes: ¿existe alumnado repitiendo curso (especialmente en 6º de primaria)?; ¿existe alumnado de integración? y ¿está escolarizada Elenita en el centro?
Con respecto al primer criterio alguien puede alegar que alumnado repetidor lo hay en todos los centros inclusive en las escuelas de titularidad privada; sin embargo se olvidan dos cosas: primero, que existe selección encubierta en dichos centros, desde infantil, tanto de padres como de alumnado, y que, segundo, en caso de que existan, al alumnado repetidor se le invita amablemente a abandonar la escuela antes incluso de llegar a la secundaria. Ya sé que existen, o pueden existir excepciones, pero, créanme si les digo que en los centros privados que conozco no hay un grupo tan numeroso de repetidores de sexto como en el cole de mi hijo que es público; es más, en su cole, algunos de los repetidores provienen de otros centros. El problema aquí es que la escuela pública, como hace el cole de mi hijo, no trabaja con las élites sociales (padres/ madres y alumnado) seleccionadas; un centro público no elige a su gente. Por ello, cuando se encuentra con un grupo de alumnos y alumnas que tienen que repetir, acepta el reto e intenta ayudarles: distribuyendo al alumnado en diversos grupos (para evitar el grupo de los ‘torpes’), ‘incrementando’ el trabajo y la dedicación de los maestros y maestras a dicho alumnado, sin que disminuya la atención al resto e implicando, siempre que sea posible, a los padres/madres y a los servicios municipales (por ejemplo, a través de clases de recuperación por la tarde). Una escuela pública no elude este problema, ni lo deriva (¿a quién podría derivarlo?), sino que lo afronta siendo ese su gran valor.
Lo segundo es si cabe más doloroso. Salvo centros privados dedicados en exclusiva a dicha población, los centros públicos son prácticamente los únicos que todavía tienen alumnado de integración (desde autistas a síndrome down). Yo sé, conozco desgraciadamente muchos casos, que escuelas y docentes ‘públicos’ han puesto multitud de obstáculos y dificultades a la integración. Pero también conozco innumerables centros públicos en los que la integración es un hecho. Mi hijo lleva conviviendo con una adorable niña de síndrome down desde hace 3 años; la niña, que requiere una atención especial por parte del maestro de apoyo, vive integrada y feliz con todas las otras niñas y niños del aula. Claro que hay problemas, claro que las dificultades son muchas, pero jamás desde que conozco al maestro se ha quejado de dicha niña… en el aula y en el centro es una más. Y esto es otro valor añadido.
Pero claro, las cosas no vienen solas. Muchos centros públicos suelen tener repetidores y alumnado de integración. El maestro de mi hijo es uno de estos casos: en su aula junto a Mariluz (la niña de integración) cuenta con un grupo de 5 alumnos repetidores y, desde luego, alumnado del año pasado de nivel diverso.
l tercer criterio, la presencia de Elenita, es quizás el que más me afecta humanamente. Elenita es una niña de 11 años, compañera de mi hijo. Su familia es muy humilde, su padres está más tiempo en el paro que trabajando. Elenita vive en lo que llamo las fabelas de San Fernando, que son unas construcciones cercanas a las marisma, algunas muy precarias, y con un sistema de desagües de residuos a través de una acequia al aire libre, absolutamente vergonzoso. Hace algunos años las lluvias intensas derribaron la casa de Elenita, pero pudieiron reconstruirla. Eleninta, sabe leer y lee, le ha dicho a mi hijo, pero no acaba de entender lo leído. Ella se esfuerza pero no siempre consigue comprender los cuentos que le pasa el maestro. Le cuesta también las matemáticas y el conocimiento del medio y no suele llevar la tarea hecha. Sus padres están preocupados por su educación aunque son orgullosos –el orgullo del pobre- y no siempre aceptan la ayuda ajena, ni siquiera del ayuntamiento. Elenita es la primera de su generación en estar tanto tiempo en la escuela (ya lleva 7 años), sus padres no tuvieron esa oportunidad, y puede que con suerte y si la escuela pública no desaparece, sus nietas puedan cursar estudios universitarios. Esta es la cuestión: la escuela pública es el único espacio para Elenita y la única alternativa para una gran parte de las generaciones futuras provenientes de las clases más humildes; y aquí no nos podemos llevar a engaño.
“Como ciudadano y como “usuario” de la escuela pública me entristece, sin embargo, que algunos supuestos centros públicos actúen con respecto a estas cuestiones como si fueran privados” (esquivando y eludiendo al alumnado con dificultades) y me entristece también que una parte no menor del profesorado de la escuela pública lleve a sus hijos a escuelas privadas por razones poco justificables o porque, se dice, las escuelas privadas son mejores por naturaleza, que las públicas. Puede que los centros privados saquen mejores resultados, pero eso es lo esperable en relación a la población que tienen; lo preocupante, para ellos, sería lo contrario. Y que yo recuerde, la ubicación urbana de los centros privados no ha cambiado, por eso no se encuentra ni en las barriadas y ni en los extrarradios. Dadas, pues, las circunstancias de muchas escuelas públicas, y reconociendo que algunas –lamentablemente- no son buenas escuelas, podemos concluir que se trata de un sistema –el público- con un alto éxito y calidad (ahora que está de moda este concepto). La supuesta bondad de la privada sobre la pública, no es más que un mito que se basa en una compara comparación, cuando menos, injusta. Yo no estoy de acuerdo con esta idea; Elenita y mi hijo tampoco.
El caso de Elenita me evoca “muchos casos, me hace recordar del analfabetismo que ha padecido este país, de la dificultad de nuestros propios padres y madres por entender ciertos textos, de los que se dedicaban a cumplimentar los impresos oficiales en las sedes centrales de correos (mi madre siempre los utilizaba), de las clases que teníamos que dar durante el servicio militar y de tantas cosas que hemos olvidado rápidamente.
«Podemos concluir que se trata de un sistema el público- con un alto éxito y calidad»J. Félix Angulo Rasco
Catedrático de Didáctica y Organización Escolar
Universidad de Cádiz
Publicado en Andalucía Educativa